Comentario
Después del fracaso escítico, los persas concentran sus energías en la costa sur, en Tracia y Macedonia. En la costa norte del Egeo, los asentamientos atenienses que conectaban los intereses navales con el acceso a las fuentes de la mano de obra esclava se ven afectados y, en consecuencia, algunas familias de las implicadas en estos mismos negocios se ven arrastradas a tomar actitudes conciliadoras ante los persas. Tal parece haber sido el caso de los Alcmeónidas, lo que tendría repercusiones en la época de la guerra.
En Macedonia, la realeza se sometió fácilmente al dominio persa, en una época en que se definían dificultosamente sus señas de identidad, como griegos o bárbaros. Heródoto cuenta varias anécdotas referidas a Alejandro Filoheleno, sobre cómo, a pesar del servilismo que se manifestaba hacia los persas, él había sido capaz de engañarlos, introduciendo unos esclavos cuando habían solicitado la presencia de las mujeres de la corte. Más significativo es el hecho de que sólo tras disputas y controversias lo admitieran como participante en los juegos olímpicos. Más tarde, quiso persuadir a los atenienses para que no ofrecieran resistencia a los persas, pero, al no conseguirlo, quiso que se le tuvieran en cuenta sus muestras de buena voluntad.
Así, en el cambio de siglo, el imperio persa se ha consolidado en un sistema de satrapías rígidamente organizado, sustentado en el tributo, al que sirve de apoyo un fuerte ejército conquistador y una administración y una red de comunicaciones muy desarrolladas, punto de partida para nuevas conquistas. Así, el imperialismo persa se caracteriza por hallarse encerrado en el círculo de la constante reproducción como medio de subsistencia y perduración.